Ulrike Ottinger llega al cine a principios de los setenta tras una trayectoria en el campo de las artes plásticas (pintura, obras sobre papel, fotografía, performance). Realiza su primera fotografía a los nueve años, en un bote de los canales de Amsterdam. Después vendrían miles de imágenes —fotografías, colecciones de postales, recortes de periódicos, ilustraciones y varios documentos iconográficos— constituyendo el archivo abierto de una vida y una obra basadas en el principio del collage de imágenes y acontecimientos.
Cada imagen «hace alusión a algo más allá de ella misma: a la realidad que la precede; a innumerables imágenes de los depósitos de arte, de la cultura cotidiana y del mito; y al cosmos visual de su propia obra cada vez más densa. Estas fotografías son encuentros entre cosas encontradas y cosas inventadas. Son escenas en las que realidad y ficción, pasado y futuro, deseo y satisfacción, se transforman unos a otros».
La exposición en el Espai d’art contemporani de Castelló invita a recorrer una selección de imágenes que introducen las complejas relaciones que el trabajo de Ulrike Ottinger mantiene con el mundo, con la historia y la cultura. Un viaje largo y hermoso, grave y encantador al mismo tiempo, que va de lo más cercano a lo más lejano, desde los paisajes urbanos de Berlín hasta las estepas de Mongolia, desde las historias de ayer a los decorados de hoy, pero que no tiene nada de exótico o egotista. Más bien, envuelve una preocupación por el otro y una «estética de la diversidad», digna de otra época.
Este aspecto alegórico y benjaminiano de su trabajo es lo que tan maravillosamente ha subrayado Eva Meyer: «Sus películas son películas etnográficas, incluso en su propio territorio. Pero sin la reivindicación de representar otra o incluso la cultura de uno mismo. Ottinger sabe muy bien que esto no es posible. Lo que a ella le fascina lo ritualiza en elementos efímeros, sin valor simbólico, en otras palabras, un artefacto que puede ser tan confuso como preciso. Con esta distinción nos encontramos donde la experiencia del otro se hace visible, donde ésta puede aparecer, en una película que trata de la imposibilidad fundamental de apropiarse de esta experiencia. Los malabarismos entre la desesperación y el entusiasmo de Ottinger son provocados por esta imposibilidad y lleva a la realización del artefacto. De esto es de lo que hablo, de este momento alegórico de distinción, el cual no puede ser ni tanteado románticamente ni reemplazado a través de una intención crítica, pero que se puede ver en las películas de Ulrike Ottinger».
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